Querido Lector,
A medida que nuestro mundo se hace cada vez más interdependiente y frágil, el futuro nos ofrece tanto un gran riesgo como una gran promesa. Para avanzar sabiamente debemos de reconocer que, incluso con nuestra extraordinaria diversidad de culturas y formas de vida, no somos sino una familia en medio de miríadas de formas de vida en un universo impresionante. Ahora más que nunca, debemos de unirnos para traer a la existencia una sociedad global sustentable fundamentada en la interconectividad de la vida, los derechos humanos universales, la justicia económica, el respeto por las verdades superiores de las grandes tradiciones espirituales y filosóficas, y los dones para autorrealizar una sabiduría superior, que los profetas han llamado la Chokmah o la Sophia divina.
La era del descubrimiento cuántico está sobre nosotros. Los arqueólogos están encontrando actualmente, evidencias de estratos de civilizaciones anteriores que puede que hayan estado muchísimo más interconectadas de lo que los libros populares de historia nos han contado. Ahora sabemos que las culturas Pueblo y Anasazi del suroeste hablaron de sus jefes como los Yavhas, y que los petroglifos desde Israel y Yemen hasta Colorado y Australia (el sistema de escritura Paramitee) revelan un sistema de protolenguaje del divino ‘Yah’ que está siendo ahora confirmado por algunas de las mejores mentes del mundo.
No obstante, después de miles de años todavía no llegamos a reconocer la unidad mayor de la humanidad. Vivimos en medio de choques de civilizaciones y de valores religiosos. Requiere de nuestros esfuerzos y energías más grandes mantener la paz en medio del multiculturalismo. Es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad hacia los demás, hacia la comunidad mayor de la vida y hacia las futuras generaciones. Podemos construir una cultura de paz.
La humanidad está en un momento crítico de la historia de la Tierra, un tiempo en el que cada uno de nosotros debe de elegir su futuro individual. Si hemos de comprender nuestro verdadero destino, debemos de vivir con un sentido consciente de responsabilidad universal, identificándonos con la humanidad entera por todo el globo, así como con nuestras comunidades locales. Somos a la vez ciudadanos de diferentes naciones de un mismo mundo y ciudadanos de un espacio en el cual se enlazan mundos locales y planetarios. Desde el Cercano Oriente hasta los confines de la tierra, hemos de transformar la diáspora en una “reunión” de los artefactos y documentos de la historia que nos hablan de un plan superior de destino y de unidad. Este plan invita a todos aquellos que deseen la unidad entre los hermanos y hermanas esparcidos, a trabajar pública y privadamente como pacificadores, usando el Nombre Divino (YHVH-Yahveh) en una preparación interna para que el Reino se manifieste a sí mismo, permitiéndonos finalmente entrar en esa región que Cristo llamó la Casa de Muchas Moradas del Padre.
— J.J. Hurtak, Ph.D., Ph.D.
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